La transparencia se volvió un problema inesperado
Andrea vive en un departamento, en Boca del Río, Veracruz, con vista al golfo y, al estrenar sus barandales de vidrio templado, pensó que jamás los vería opacos. Simplemente hizo caso omiso a las sugerencias que le dio el equipo de instaladores de EMUBA. Tres meses después, la brisa salina dejó velos blanquecinos y huellas de manos en cada vidrio. Probó limpiadores multiusos que prometían “máximo brillo” y sólo consiguió vetas arcoíris que se notaban más con la luz de la tarde. Desesperada, volvió a pedir consejo a EMUBA. Le explicamos que el cristal templado no se raya con facilidad, pero su dureza también retiene minerales si se usan productos equivocados.
Siguió entonces un protocolo sencillo: preparó una solución de agua tibia con una cucharada de jabón neutro, roció el barandal y pasó un jalador de goma desde el borde superior hasta el perfil inferior en un solo movimiento. Enjuagó con atomizador y secó con microfibra, evitando circulares que generan electricidad estática y polvo adherido. Finalmente aplicó un sellador hidrofóbico a base de sílice —el mismo que se usa en parabrisas de autos— que repele gotas por seis meses.
El resultado fue inmediato: los vidrios recuperaron la transparencia original y el sol del puerto volvió a inundar la sala. Ahora Andrea hace una limpieza ligera cada quince días y mantenimiento profundo cada semestre. El vidrio luce nuevo, la sal no forma costras y el barandal sigue siendo la pieza protagonista de su balcón sin robarle un sábado completo de trabajo.