Una historia que comenzó con óxido
Apenas estrenó su departamento en la colonia Del Valle, Carmen pensó que los barandales de hierro se veían demasiado “rústicos”. Dos temporadas de lluvias bastaron para que el encanto se convirtiera en corrosión: escurrimientos café, pintura desprendida y lijados cada seis meses para mantenerlos "bien", gastos que devoraban su presupuesto. Harta, se decidió a sustituir aquel barandal por postes de acero inoxidable 304 con pasamanos tubulares y paneles de vidrio templado. Hoy presume de una vista despejada, cero mantenimiento y mayor plusvalía inmediata frente a inmuebles con herrería convencional.
Historias parecidas abundan: en Boca del Río, un condominio frente al mar reemplazó todos los pasamanos de aluminio por acero inoxidable 316L y dejó de gastar en anticorrosivos pese a la brisa salina; en San Miguel de Allende, una casona colonial instaló pasamanos satinados en cada escalera, que conviven con cantera y madera sin perder su esencia histórica. En todos los casos, el común denominador es la inversión inteligente: menos gastos por repinte, más durabilidad y un diseño que no envejece.
El arquitecto Pablo Nieto, quien ha instalado barandales en Querétaro, Guanajuato y Toluca, confirma la tendencia: “cuando explico que el acero inoxidable conserva su calidad y apariencia a pesar de las inclemencias del clima o incluso el uso continuo, los clientes entienden que compran tranquilidad, no sólo estética”. Esa durabilidad se traduce en menos gastos innecesarios y en una huella de carbono 30% menor frente a barandales galvanizados que deben recubrirse cada años, según un estudio del Instituto Mexicano del Inoxidable.